Jhon Jairo Superstar
Todos podemos ser famosos / We can all be famous
Versión en español
En una pequeña ciudad intermedia de la que realmente no recuerdo el nombre, me encontraba realizando una pequeña escala para comer, debido a que mi vuelo de las 2:00 p.m. había sido cancelado por razones que aún no entendía. Ustedes saben, llega una notificación al celular y simplemente te dicen: “Tu vuelo ha sido cancelado, dirígete al caunter para mas información”.
Así que pensé en una frase que la vida nos ha enseñado: “todo pasa por algo”, o si prefieren una más maternal: “eso es porque no le convenía”.
No pensé mucho sobre el asunto, ya que las palabras de mi madre acerca de que “no debemos preocuparnos por las cosas que no podemos controlar” seguían retumbando en mi cabeza. Y si les soy sincero, la mezcla entre las palabras de mi madre y el hecho de haber visto Destino Final antes de abordar el avión, logró convencerme totalmente de no pelear por el abrupto cambio de horario de mi vuelo, que ahora sería a las 10:00 p.m.
Con el nuevo horario de despegue llegaría a mi ciudad en horas de la noche, así que decidí aprovechar el tiempo y salir a conocer el lugar en donde me encontraba.
Creo que esa idea no solo la tuve yo, al parecer los problemas venían juntos. El pequeño aeropuerto estaba experimentando fallas en su sistema de aire acondicionado y muchos de los viajeros que aparentemente serían mis compañeros de vuelo, decidieron salir en búsqueda de un lugar menos caluroso.
Una particularidad que tienen muchos aeropuertos del país, especialmente los de ciudades capitales, es el hecho de estar ubicados a la salida de los centros urbanos, estando realmente localizados en municipios aledaños, por lo que en muchos casos resulta costoso salir a explorar la ciudad más cercana.
Ya afuera del aeropuerto el calor era terrible. La temperatura era tan insoportable, que la idea romántica de recorrer algunos parques y tomarles fotos a algunos monumentos se transformó en pedirle desesperadamente al señor conductor de un taxi que me llevara a un lugar donde pudiera pasar la tarde y que, en lo posible, tuviera aire acondicionado.
El taxista me recomendó un centro comercial de tamaño considerable que estaba a unos veinte minutos del aeropuerto y que efectivamente contaba con aire acondicionado. Sin pensarlo mucho, le confirmé mi destino y partimos rumbo a dicho lugar.
El camino, como muchos lugares de Colombia, se componía de una gran vía rodeada de zonas verdes, montañas y muchos puestos de control en las carreteras, e igualmente, como muchas vías del país, estaba repleta de carros particulares buscando el mejor lugar para comprarse algún postre.
Luego de tres canciones de radio aproximadamente, arribamos al centro comercial, le pagué al conductor y me dispuse a entrar al lugar.
No saben el placer que da el recibir la primera bocanada de aire frío en la cual sientes que el calor que te abrasaba desaparece, y entrar a un nuevo piso térmico muchos más fresco; es de las mejores sensaciones que puede vivir alguien como yo, habituado a la temperatura de la capital del país.
Estaba recorriendo los pasillos del centro comercial con un granizado de café de mi marca favorita, hasta que empecé a percibir algo curioso:
Una aglomeración de personas se encontraba tomándole fotos a un tipo con ropa deportiva. El sujeto tenía rasgos árabes, de cabello algo rizado, dientes blancos y un collar que sobresalía sobre su chaqueta blanca, todo su outfit era de ese color. Daba la sensación de ser un deportista, o cantante… La verdad ya no sabía qué pensar.
Desde la irrupción de las redes sociales, existen personas con canales de YouTube tan específicos y de nicho, que pueden tener millones de vistas y a la vez no ser conocidos ni siquiera por sus familiares. La fama hoy en día es algo tan relativo que podría estar frente al sujeto más rico del mundo sin conocerlo, porque puede que esa persona nunca haya abierto un perfil en Instagram, por ejemplo.
Me senté no tan lejos del ángulo visual de la “celebridad”, para analizarlo desde una distancia prudente y así intentar conocer quién era esa persona; igual tiempo libre tenía de sobra.
La mayoría de las personas que lo fotografiaban eran jóvenes entre los 17 y los 19 años, así que por la edad de los fanáticos descarté que fuera un futbolista reconocido. Mis sospechas iban más hacia creador de contenido, youtuber o cantante del género urbano. Terminé suprimiendo esto último, pues el sujeto se veía que estaba solo y por su lenguaje corporal hasta llegué a pensar que para él mismo era una sorpresa que le pidieran tomarse fotografías.
El escenario fue el mismo durante unos 35 minutos a partir de cuando me senté en ese lugar. Mi curiosidad llegó al límite cuando vi pasar un grupo de jovencitas frente a mí y muy tímidamente les pregunté: “disculpen, ¿quién es el joven a quien muchos le están pidiendo fotografías?”
Las jovencitas, sorprendidas, me dijeron que era un sujeto llamado Jhon Jairo.
La respuesta me dejó con más dudas. “¿Y qué hace Jhon Jairo?”, repliqué.
Con una mirada de muchísima sorpresa, me dijeron: “Es un creador de contenido experimental”.
“Discúlpenme nuevamente, pero: ¿qué tipo de contenido experimental crea?”, insistí.
Las jovencitas, nuevamente muy sorprendidas, me respondieron: “Te vamos a pasar sus redes sociales y míralo tú mismo. El contenido de él es toda una experiencia”.
Las chichas me pasaron las redes sociales del creador de contenido, les agradecí por el tiempo que se tomaron para explicarme (aunque no entendiera), y regresé para sentarme y comenzar a intentar entender qué carajos hacía Jhon Jairo y el porqué de su fama.
Estuve aproximadamente veinte minutos con la boca abierta luego de leer su descripción y el origen de su fama. Más o menos esto decía su perfil:
“JHON JAIRO SUPERSTAR – ARTISTA DE EXPERIENCIA
Hola. Quiero sentir la sensación de ser famoso, si me ves solo pídeme una foto para ayudarme a cumplir mi sueño.”
Se podría decir que el creador de contenido se encargaba de transmitir en vivo la simulación de ser famoso y mostraba cómo desconocidos le pedían fotografías. Mi mente boomer no entendía lo que estaba pasando, y fue tanta la confusión, que caí en este experimento social y decidí pedirle una foto.
Me acerqué a Jhon Jairo y mientras me tomaba una selfie con él, le dije: “Disculpe, pero, ¿qué sentido tiene simular la fama y sentirse como una celebridad?”
El hombre solo se limitó a decirme: “Ninguna, por eso es tan genial”.
Con una confusión mayor, me levanté y decidí buscar algo de comer para después dirigirme al aeropuerto, pues al parecer de todo lo que había visto había olvidado lo más importante: mi alimentación y mi viaje.
Luego de comer, era momento de tomar un taxi para dirigirme nuevamente hacia el aeropuerto, pero no dejaba de pensar en cómo carajos alguien simulando ser famoso era relativamente famoso; en qué momento la fama se da de esa manera, por qué la fama no se da por algún mérito… ¿Será que al ser un boomer no lograba entenderlo?
Con la confusión en la cabeza y ya dentro del avión esperando arrancar para llegar a mi casa, un joven que iba por el pasillo del aeroplano se detuvo y me pidió tomarse una foto conmigo.
Le pregunté que cuál era el motivo, a lo que el joven me respondió:
“Usted tiene el récord de ser la persona más adulta en pedirle una foto a Jhon Jairo, es el boomer más cool del mundo”.
Me tomé la foto y el chico se fue agradecido. Muchos pasajeros se quedaron mirándome con la misma cara que tuve hace unas horas, intentando hallar respuesta al por qué ese hombre de mediana edad (yo) era famoso. Al parecer, mis quince minutos de fama llegaron en un aeropuerto y dentro de un avión.
El sujeto que iba al lado mío, no aguantó la curiosidad y me preguntó: “oiga, ¿usted por qué es famoso?”
A lo que simplemente le dije: “No tengo ni idea, pero es muy genial”.
English version
In a small intermediate city, whose name I honestly can’t remember, I found myself making a brief stop to eat because my 2:00 p.m. flight had been canceled for reasons I still didn’t understand. You know, a notification comes to your phone, and they simply tell you, “Your flight has been canceled, go to the counter for more information.”
So, I thought of a phrase that life has taught us: “everything happens for a reason,” or if you prefer a more maternal one: “that’s because it wasn’t meant to be.”
I didn’t dwell much on the matter, as my mother’s words about “not worrying about things we can’t control” kept echoing in my head. And honestly, the combination of my mother’s words and having watched Final Destination before boarding the plane convinced me not to fight the abrupt change in my flight schedule, which was now at 10:00 p.m.
With the new departure time, I would arrive in my city late at night, so I decided to make the most of the time and explore the place where I was.
I think I wasn’t the only one with that idea; apparently, problems came together. The small airport was experiencing issues with its air conditioning system, and many of the travelers who would apparently be my fellow passengers decided to go in search of a cooler place.
A peculiarity of many airports in the country, especially those in capital cities, is that they are located at the outskirts of urban centers, often in neighboring municipalities. This makes it expensive to explore the nearest city in many cases.
Outside the airport, the heat was terrible. The temperature was so unbearable that the romantic idea of strolling through parks and taking photos of monuments turned into desperately asking a taxi driver to take me to a place where I could spend the afternoon and, if possible, had air conditioning.
The taxi driver recommended a fairly large shopping center about twenty minutes from the airport, and it indeed had air conditioning. Without thinking much, I confirmed my destination and headed towards that place.
The journey, like many places in Colombia, consisted of a wide road surrounded by green areas, mountains, and many checkpoints on the roads. Similarly, like many roads in the country, it was full of private cars looking for the best spot to buy some dessert.
After about three radio songs, we arrived at the shopping center. I paid the driver and went inside.
You don’t know the pleasure of receiving the first breath of cold air in which you feel the heat that was burning you disappear, and entering a new, much cooler temperature; it’s one of the best sensations someone like me, accustomed to the temperature of the capital city, can experience.
I was walking through the mall’s corridors with a coffee slushie from my favorite brand when I started noticing something curious:
A crowd of people was taking pictures of a guy in sportswear. The guy had Arab features, somewhat curly hair, white teeth, and a necklace that stood out against his white jacket; his entire outfit was of that color. He gave the impression of being an athlete or a singer… I honestly didn’t know what to think anymore.
Since the advent of social media, there are people with YouTube channels so specific and niche that they can have millions of views and still not be known even by their family members. Fame nowadays is so relative that I could be in front of the richest person in the world without knowing them because that person may have never opened an Instagram profile, for example.
I sat not too far from the “celebrity’s” line of sight to analyze him from a prudent distance and try to understand who this person was; after all, I had plenty of free time.
Most of the people taking photos were young, between 17 and 19 years old, so considering the age of the fans, I ruled out that he was a well-known soccer player. My suspicions leaned more towards a content creator, YouTuber, or an urban genre singer. I ended up dismissing the last one because the guy seemed to be alone, and by his body language, I even thought it was a surprise for him that people were asking for photos.
The scene was the same for about 35 minutes from when I sat in that place. My curiosity reached its limit when I saw a group of girls passing by me, and very timidly, I asked them, “excuse me, who is the guy whom many are asking for photos?”
The girls, surprised, told me that he was a guy named Jhon Jairo.
The answer left me with more doubts. “And what does Jhon Jairo do?” I replied.
With a look of great surprise, they said, “We’ll give you his social media, and you can see for yourself. His content is a whole experience.”
The girls gave me the content creator’s social media, I thanked them for the time they took to explain to me (even though I didn’t understand), and I went back to sit and start trying to understand what Jhon Jairo was doing and why he was famous.
I was approximately twenty minutes with my mouth open after reading his description and the origin of his fame. More or less, his profile said:
“JHON JAIRO SUPERSTAR – EXPERIENCE ARTIST
Hello. I want to feel the sensation of being famous. If you see me alone, ask me for a photo to help me fulfill my dream.”
You could say that the content creator was live-streaming the simulation of being famous and showing how strangers asked him for photographs. My boomer mind didn’t understand what was happening, and the confusion was so much that I fell into this social experiment and decided to ask for a photo.
I approached Jhon Jairo, and while taking a selfie with him, I said, “Excuse me, but what’s the point of simulating fame and feeling like a celebrity?”
The man simply said to me, “None, that’s why it’s so great.”
With even greater confusion, I stood up and decided to find something to eat and then head back to the airport because apparently, of all the things I had seen, I had forgotten the most important: my food and my trip.
After eating, it was time to take a taxi to go back to the airport, but I couldn’t stop thinking about how the heck someone simulating being famous was relatively famous. At what point does fame come in that way? Why doesn’t fame come from some merit? Could it be that being a boomer, I couldn’t understand it?
With confusion in my head and already on the plane waiting to take off to get home, a young man walking down the airplane aisle stopped and asked to take a photo with me.
I asked him what the reason was, to which the young man replied, “You have the record for being the oldest person to ask Jhon Jairo for a photo; you’re the coolest boomer in the world.”
I took the photo, and the guy left grateful. Many passengers stared at me with the same expression I had a few hours ago, trying to find an answer to why this middle-aged man (me) was famous. Apparently, my fifteen minutes of fame came in an airport and inside a plane.
The guy next to me couldn’t resist curiosity and asked, “Hey, why are you famous?”
To which I simply said, “I have no idea, but it’s very cool.”