El pobre payaso / The poor clown
Miedos de niños… y de adultos / Fears since children… and adults.
Versión en español
Corría el año 1997, donde un pequeño niño de 8 años ingresaba a un baño lleno de azulejos y baldosas blancas.
El niño comenzó a observar cómo los grifos enloquecían de un momento a otro, cambiando de tamaños y moviéndose en direcciones aleatorias mientras aumentaba la presión del agua. Las tuberías, a su vez, mientras crecían, comenzaban a dirigirse en dirección al niño con la intención de encerrarlo entre los tubos de acero de dichos grifos.
El niño en algún momento logra zafarse y correr algunos metros, pero cae en la mitad de un salón rodeado de duchas en un gran cubo sin ninguna puerta o salida a la vista; está atrapado en un espacio grande donde cabrían sin problema unas treinta personas.
Mientras el pequeño niño temblaba por una mezcla de miedo y frío, vio cómo unos dedos blancos comenzaban a emerger del grifo central del baño. Luego de los dedos, salió una mano de un ser que parecía un payaso. Con un traje de colores (donde sobresalía el amarillo y el azul), el payaso fue volteando su cara lentamente en dirección al niño, generándole una gran confusión, que en un breve momento pasó a ser pánico.
El payaso miró fijamente al niño y luego de una risa burlona estridente, comenzó por abrir sus fauces mostrando unos dientes repugnantes que terminaban en punta, mientras sus ojos se blanqueaban por el esfuerzo… En ese momento mi madre, que estaba cerca de mí, al ver dicha escena en la televisión, decidió taparme los ojos y apagar rápidamente el televisor para no provocar en mí un trauma por el shock de lo que acababa de presenciar.
A pesar del esfuerzo de mi madre, ese recuerdo nunca se borró y me generó un miedo indescriptible hacia los payasos. Cada fiesta, cada promoción de supermercados… Incluso llegué a temerle tanto a los payasos que anunciaban almuerzos en lugares populares, que tuve que evitar numerosas salidas con los compañeros de oficina, ganándome una inmerecida reputación de tacaño. Pero bueno, era ser tacaño o tener coulrofobia, el nombre elegante del miedo a los payasos.
Los payasos me hacían temblar, mirar hacia el piso y no levantar la mirada. Ese frío en el cuerpo nunca se me fue. Afortunadamente, para mis intereses los payasos fueron perdiendo popularidad hasta ser difícil hoy en día ver alguno.
¡Hasta hace una semana! Y esto pasó debido a un accidente común en películas románticas, donde el chico se enamora de la chica y el destino los junta en un ascensor detenido por cortes intempestivos de luz, donde el amor renace sobre el pánico.
En mi recuerdo de aquel día, me dirigía al piso once, tomé el ascensor en el lobby de la empresa, el cual estaba atípicamente vacío.
El ascensor abrió su puerta, entré y oprimí el botón del piso once. Cerró sus puertas y comenzó a subir. Luego de unos segundos, paró en el piso tres y de inmediato vi la silueta de un payaso con un traje amarillo con azul, pelo rojo y cara blanca, muy similar al de la película que vi de niño.
Con un saludo de buenos días, el payaso ingresó al ascensor. Le respondí el saludo temblando de miedo, pero intentando ser cortés y no mostrar, en la mayor medida de lo posible, mi latente pánico y terror.
Me quedé mirando al piso, rezando para que el ascensor subiese rápido o para que, al menos, ingresara alguien para sentirme apoyado. ¡Pero pasó algo peor!
El ascensor se detuvo abruptamente, la luz se puso tenue y todo quedó en silencio. En un momento, la voz del altavoz del sistema de emergencia del ascensor con un tono seco dijo:
“Les solicitamos paciencia, la energía se ha cortado, pero gracias a la planta recuperaremos el flujo normal en aproximadamente 10 minutos. Si están dentro de un ascensor, mantengan la calma que en breve abriremos las puertas. Feliz día”.
El mensaje de “solo serán 10 minutos” para mí se entendió como 10 años.
Mientras trataba de mantener la calma, dirigí la mirada levemente hacia la derecha, donde se encontraba el payaso.
Para mi sorpresa, lo vi sentado agarrándose las rodillas y moviéndose como un niño en estado de ansiedad. Susurraba “hoy no voy a morir… hoy no voy a morir… hoy no voy a morir”, levantando carcajadas a gran volumen.
Cuando quise decirle unas palabras para calmarlo venciendo mis temores, el payaso continuó riéndose de manera estrepitosa, similar al payaso de la película de mi infancia.
En ese momento solo pude ponerme pálido y acomodarme con los brazos extendidos en el rincón del ascensor. El sujeto seguía riéndose y diciendo: “hoy no voy a morir”… Luego de una última risa, volteó violentamente su cabeza hacia donde me encontraba y me preguntó:
“Y si morimos hoy, ¿tu irías al cielo?” Estaba a una risa del payaso para desmayarme, pero con algo de fuerza, le dije: “No piense estupideces que de esta salimos” El payaso se levantó y me agarró de la camisa para decirme lentamente: “Del destino no podemos escaparnos, hoy puede ser el último día de tu vida”.
Lo miré a los ojos y en su mirada fría podía deducirse la actitud de un hombre al que el miedo lo había transformado en un ser frío y sin emociones.
Mi reacción fue empujarlo y ponerme en actitud defensiva. El payaso se levantó y seguía riéndose estrepitosamente, y comenzó a señalarme sin decirme nada. No sé cómo pasé del miedo a la adrenalina con la intención de matarme a golpes con un tipo asustado vestido como mi trauma infantil; supongo que si lo golpeaba, vencería de cierta manera mi miedo. El payaso sacó de su bolsillo un lapicero que puso en actitud de espada, me estaba apuntando, pero ya me encontraba tan metido en el asunto, que solo me bastaba esperar que lanzara el primer golpe para reaccionar.
El payaso lanzó el primero y pude esquivarlo, lancé una patada que detuvo con un brazo y volvimos a la posición inicial de mirarnos y esperar quién daba el siguiente golpe.
En ese instante la luz volvió y, mientras nos mirábamos y analizábamos con la luz encendida, el ascensor comenzaba a subir nuevamente… Solo podía pensar en lo patéticos que nos veíamos.
El payaso era un pobre tipo de no más de 20 años aún con acné en su cara, se notaba que este trabajo era algo por necesidad, y me sentí tremendamente mal por querer golpearlo y no haber intentado calmarlo de una mejor manera.
Así que simplemente me abalancé sobre él y lo abracé disculpándome por mi reacción. El payaso la aceptó, y esperamos serenamente hasta que pudieran abrir la puerta.
Una vez la puerta se abrió en el piso diez, el payaso siguió su camino mientras yo continuaba un piso más arriba. Sentado en mi cubículo, la señora que nos brinda el café todas las mañanas y con quien suelo charlar un rato cada vez que nos sirve una taza, me comentaba que en el piso inferior se estaba realizando una fiesta pero que tuvieron que echar al payaso de la celebración porque su risa estaba espantando a los niños. En sus palabras, la señora me dijo:
“A Esos niños ya no les gusta nada. Los payasos son chistosos. En mi caso le tengo más miedo al ascensor del edificio que viene haciendo ruidos extraños desde la semana pasada; ese sí es un miedo real… El payaso es solo un pobre pendejo que está tratando de hacerse lo del arriendo, bobos que son los miedos de los niños… ¿cierto, mano?”
English version
The year was 1997, where an 8-year-old boy entered a bathroom filled with white tiles and tiles.
The boy began to observe how the faucets went crazy from one moment to another, changing sizes and moving in random directions while the water pressure increased. The pipes, in turn, as they grew, started heading towards the boy with the intention of trapping him between the steel tubes of those faucets.
At some point, the boy manages to free himself and run a few meters, but he falls in the middle of a room surrounded by showers in a large cube with no door or exit in sight; he is trapped in a large space where about thirty people could easily fit.
While the little boy trembled from a mix of fear and cold, he saw white fingers emerging from the central faucet of the bathroom. After the fingers, a hand of a creature that looked like a clown came out. Wearing a colorful suit (where yellow and blue stood out), the clown slowly turned his face towards the boy, causing great confusion, which in a brief moment turned into panic.
The clown stared at the boy, and after a loud mocking laugh, he began to open his jaws, revealing disgusting pointed teeth, while his eyes whitened from the effort… At that moment, my mother, who was close to me, seeing that scene on TV, decided to cover my eyes and quickly turn off the television to avoid causing me trauma from the shock of what I had just witnessed.
Despite my mother’s efforts, that memory never faded, and it generated an indescribable fear of clowns in me. Every party, every supermarket promotion… I even came to fear clowns announcing lunches in popular places, so I had to avoid numerous outings with office colleagues, earning myself an undeserved reputation for being stingy. But well, it was either being stingy or having coulrophobia, the fancy name for the fear of clowns.
Clowns made me shiver, look down, and not lift my gaze. That cold in my body never left me. Fortunately, for my interests, clowns gradually lost popularity until it became difficult to see any nowadays.
Until a week ago! And this happened due to a common accident in romantic movies, where the guy falls in love with the girl, and destiny brings them together in an elevator stopped by unexpected power cuts, where love is reborn over panic.
In my memory of that day, I was heading to the eleventh floor, took the elevator in the company lobby, which was unusually empty.
The elevator opened its door, I entered, and pressed the button for the eleventh floor. It closed its doors and started to go up. After a few seconds, it stopped on the third floor, and immediately I saw the silhouette of a clown with a yellow and blue suit, red hair, and a white face, very similar to the one in the movie I saw as a child.
With a good morning greeting, the clown entered the elevator. I replied to the greeting, trembling with fear, but trying to be polite and not show, as much as possible, my latent panic and terror.
I kept looking down, praying for the elevator to go up quickly or for someone to enter to feel supported. But something worse happened!
The elevator stopped abruptly, the light dimmed, and everything fell silent. At one point, the speaker’s voice from the elevator’s emergency system with a dry tone said:
“We ask for your patience, the power has been cut, but thanks to the generator, we will restore normal flow in approximately 10 minutes. If you are inside an elevator, remain calm, we will open the doors shortly. Have a nice day.”
The “it’s only 10 minutes” message for me translated to 10 years.
While trying to stay calm, I glanced slightly to the right, where the clown was.
To my surprise, I saw him sitting, holding his knees, and moving like a child in a state of anxiety. He whispered, “I’m not going to die today… I’m not going to die today… I’m not going to die today,” causing loud laughter.
When I wanted to say a few words to calm him down, overcoming my fears, the clown continued to laugh uproariously, similar to the clown from my childhood movie.
At that moment, I could only turn pale and huddle in the corner of the elevator with my arms extended. The guy kept laughing and saying, “I’m not going to die today”… After a last laugh, he violently turned his head towards me and asked:
“And if we die today, would you go to heaven?” I was one laugh away from fainting, but with some strength, I told him, “Don’t think stupid things; we’ll get out of this.” The clown stood up, grabbed me by the shirt, and said slowly, “We cannot escape destiny; today could be the last day of your life.”
I looked into his eyes, and in his cold gaze, the attitude of a man transformed by fear into a cold and emotionless being could be deduced.
My reaction was to push him away and get into a defensive position. The clown stood up, still laughing loudly, and began to point at me without saying anything. I don’t know how I went from fear to adrenaline with the intention of beating up a scared guy dressed like my childhood trauma; I suppose that if I hit him, I would somehow overcome my fear. The clown took out a pen from his pocket, put it in a sword-like position, pointing it at me, but I was already so immersed in the situation that I just had to wait for him to throw the first punch to react.
The clown threw the first punch, and I managed to dodge it. I kicked, and he stopped it with an arm, and we returned to the initial position of staring at each other and waiting for the next punch.
At that moment, the light came back on, and as we looked at each other and analyzed with the light on, the elevator started going up again… I could only think about how pathetic we looked.
The clown was a poor guy of no more than 20 years, still with acne on his face; it was evident that this job was out of necessity, and I felt tremendously bad for wanting to hit him and not having tried to calm him down in a better way.
So I simply threw myself at him and hugged him, apologizing for my reaction. The clown accepted it, and we waited calmly until the doors could be opened.
Once the door opened on the tenth floor, the clown continued his way while I continued one floor up. Sitting in my cubicle, the lady who serves us coffee every morning and with whom I usually chat for a while each time she serves us a cup, told me that on the lower floor, a party was taking place, but they had to kick the clown out of the celebration because his laughter was scaring the children. In her words, the lady said:
“Those kids don’t like anything anymore. Clowns are funny. In my case, I’m more afraid of the building’s elevator, which has been making strange noises since last week; that’s a real fear… The clown is just a poor fool trying to make rent, foolish are the fears of children… Right, buddy?”